25 de mayo de 2009

La oscuridad solo permitía ver sombras, pero esa noche, la luz era más tenue. No era medianoche, pero estaban a punto de sonar las campanas de la Iglesia. No había cementerio pero los vivos no eran de fiar. Tampoco habían siluetas misteriosas bajo capas oscuras y sombreros de copa, pero los rostros de todos se veían pálidos y huesudos.

21 de mayo de 2009

Volver a la vida

En pocos días estaré dejando este lugar de sueño. Estar acá ha sido como vivir una realidad paralela, como haber hecho un gran paréntesis antes de continuar con mi vida. No sé si al salir volveré a regresar o a caso le guardaré a Montemorelos algún recuerdo melancólico, pero sé que siempre lo tendré como un sueño o quizá una pesadilla que todas las noches se repetirá.

Haré las maletas y no me llevaré nada que me traiga dolor o soledad. Dejaré aquí todo lo que aquí pertenece. Me llevaré solamente aquello que pasó a ser parte de mí. Llevaré conmigo el sonido que entraba por mi ventada del aire jugando con los árboles. Empacaré el color verde de los jardínes, hicieron felices a mis ojos muchos días soleados. Me llevaré el recuerdo de las risas, carcajadas y lágrimas de felicidad. Cargaré conmigo la melodia de las pequeñas aves en la madrugada y pondré en mi bolsa el brillo de las luces románticas de la noche.

Tomaré mis maletas y quemaré todo lo que dejo, quizá algunas cosas las done (siempre hay gente que utiliza lo que para otros ya no tiene sentido de existir). Quiero irme sin mirar atrás, sin dejar nada que me obligue a regresar o a sentir algo por tí. Espero no sorprenderme en el futuro descubriendo que siempe te amé.

7 de mayo de 2009

Nariz

Esa tarde Valentina dejó caer el perfume, ya no valía la pena conservarlo, ¿para qué?
Las venas se retorcían dentro de sus brazos y en el cuello se hinchaba la sangre que estaba a punto de reventarle la cara, los ojos. La boca rabiaba en una avalancha de espuma blanca que más que asco daba tristeza.

Estoy aquí sentada intentando describir a que huelen los recuerdos, como si estos pudieran tener algún aroma. Pero me aferro a la idea porque sé que el día que lo consiga eternizaré mi felicidad. Ahora solo estoy sentada frente a la ventana y miro mientras el sol cae. Afuera hace frío, ya parece que siento el otoño sobre mi cuerpo pero esta vez no estarás conmigo.
Ayer los árboles fueron azotados con brutal violencia que el aire dobló las ramas tiernas, hasta desprenderlas de su tronco y las flores que asomaban con aire de felicidad fueron arrebatadas para viajar hacia otro mundo. Yo estaba mirando por la ventana cuando el sol se despidió de mi patio. La vida se había puesto color dorada. El viento tempestuoso de ayer se había llevado las hojas, las flores y tu olor.
La vida olía a frío, a vino suave y amargo entrando por mi boca. Las patas de los perros dejaban una estela a sudor, el pasto recién cortado pintaba la nariz de verde y me dio comezón. El aire me congeló y entonces percibí el aroma de las huellas mojadas del niño que salió de bañar. Mi ropa, mis manos, mi cabello dejaron de oler a ti y ahora no sé dónde poner la nariz para sentirte otra vez. De alguna forma en mi cabeza ya no está registrado el aroma de tu cuerpo sudado o de tu boca o de tu ojos. No recuerdo el olor de tus abrazos o de tus pasos, no sé qué le pasó a mi sentido del olfato que decidió vaciar la botella que contenía tu aroma.
Ahora, me encuentro en un estado de éxtasis. Intento llenar el frasco vacío con tu olor: un poco de rosas frescas, un pedazo de pay de queso recién horneado, algo de calcetines sucios, fresas rojas, palomitas con mantequilla, sal y chile. Esta combinación que no me resulta como debía. Algo le sobra, algo le falta porque no es el olor que solía recordar de ti. Mis ojos brillan porque pienso que de alguna forma encontraré la fórmula mágica de tu perfume, de tu olor místico, desposeído de todo cuanto conozco. Olor que solamente me recuerda a ti, a nadie más que a ti, a tu persona, a tu ser de huesos y leche.

Valentina lloró cuando descubrió los mil pedacitos de vidrio en el suelo. Todo el perfume que alguna vez llenó el frasco, estaba regado, evaporado por el sol. Ya nada quedaba de él. Su olor se había esfumado sin dejar rastro. Ya ni el frasco pudo guardar un poco para después. No, ya no había chico, ni olor, ni recuerdo, ni nada.
Días después, ya ni Valentía recordaba cómo había sido todo, cómo el perfume la había vuelto loca, apasionada y amorosa. Ya nada valía ni un mísero pensamiento, ni una gota de llanto, ni un halo de ventura; ni el recuerdo de aquel perfume valía.