11 de enero de 2011

Elena–Parte 1

La camioneta se acomodó en el estacionamieto del gimnasio, y fue entonces que sintió un cosquilleo en el estómago, el mismo que le picaba cada vez que estaba por vivir algo nuevo y desconocido, pero esta vez se combinaba con un dolor que le palpitaba en el corazón. Todo este revoltijo de sentimientos le tenían una lluvia de lágrimas esperando el permiso para poder caer sobre su rostro.Tragó una bola de saliva y tensó sus músculos para evitar cualquier reacción nerviosa, aunque no consiguió detener la temblorina de las manos. Respiró un aire ácido y se atrevió a decir algo como: "llegamos".

Las puertas del auto se abrieron, y con ellas bajaron dos maletas grandes que estaban a punto de reventar sus cierres. Una risa falsa siguieron algunos comentarios al aire, que eran más bobos, pero que el nerviosismo traían en ese momento. Sus hermanos no sabían si abrazar a Eleana y ella no sabía cómo despedirse de sus padres. Finalmente, Eleana le pidió a su madre que la acompañara hasta el dormitorio, donde habría de dejar sus cachivaches. Luis, el hermano mayor, tomó una maleta y un par de bolsas y caminó tras ellas, que cargaban bolsas hasta con la boca.

Después de hablar con la preceptora, que estaba a cargo del domritorio de señoritas universitarias -como nombraban al edificio- sobre las reglas del lugar, los llevaron a conocer la que sería la habitación de Eleana. Subieron las escaleras al segundo piso mientras una voz anunciaba por el sistema de sonido instalado en el edifico, que un hombre pasaría al pasillo B. Esto causó mucha gracia entre Eleana y Luis. El dormitorio era de dos pisos, dividido en cuatro pasillos donde se encontraban las habitaciones. Al final de cada pasillo estaban los baños. Al entrar en la habitación, los tres quedaron mudos. El cuarto estaba completamente vacío, a excepción de unas cobijas y una almohada que estaban sobre las camas de abajo de las literas. La habitación era completamente blanca y estaba divida en dos: en la primera parte estaban unas repisas de madera para guardar los libros, y un escritorio de madera pegado a la pared; en la otra parte estaban dos literas, los closets y una ventana grande que permitía que la luz llenara la habitación. El espacio era muy reducido y Eleana no podía creer que esa sería su habitación. Pero lo que menos podía imaginar era cómo iba a convivir con tres chicas más en un espacio tan reducido. Eleana miró a su mamá y trató de poner buena cara. Salieron del edificio con un soplo en el corazón que estaba apunto de hacerlos caer en el pavimento; el miedo estaba latente en sus caras y el desconcierto evitó que pudieran hacer algún comentario al respecto. Subieron a la camioneta y la familia decidó comer junta una ultima vez.


La comida le supo desabrida a Eleana, pero sabía que era más por la situación incómoda que le provocaba saberse a punto de despedirse de su familia que la sazón de los alimentos. Como en cámara lenta Eleana vió a todos sonreir en la mesa y hacer comentarios que apenas lograba escuhar, sus pensamientos estaban totalmente en otro lado. Su madre de repente la abrazaba y le acariciaba el cabello. Eleana podía sentir la humedad y el calor del aire y se sentía pegajosa en su asiento. Algunas moscas volaban sobre las botellas de los refrescos y a lo lejos se escuchaba el sonido del tedio, como suele pasar en todos los pueblos. ¿Acaso no se estaba equivocando? Aquel lugar parecía el infierno, o el escenario de alguna película de vaqueros: el silencio en primer plano, a lo lejos algún radio tocando música de banda, el sol caliente coloreaba de amarllo el suelo y había polvo cubriendo hasta sus mejillas sin saber a ciencia cierta de dónde venía, sin olvidar el calor de playa en pleno desierto. El mesero se alejó con el dinero del pago de la comida y entonces se levantaron los primeros de la mesa, con un dolor terminaron todos se pararse y se fueron en silencio a la camioneta.

-¿No olvidas nada, muñeca? ¿Qué otra cosa te hace falta comprar? Acuérdate de una vez para ir, y después no tengas que salir otra vez en este calorón -dijo la madre.

-Ya bajé todo, creo. Y si olvido algo no te preocupes, sirve que salgo a conocer los alrededores- respondió Elenana.

La camioneta se estacionó nuevamente junto al gimnasio. Era tarde y el viajo de regreso a casa era largo. Luis y Carlos se despidieron de Eleana: "Adiós carnalita pequeña". Eleana contuvo el aliento para no llorar. Se despidió de sus primos y caminó hacia su mamá que había bajado del auto, se abrazaron mientras su madre con voz tranquila le decía que se portara bien y que imaginara que estaba en un campamento, solo que más grande, pero que pronto le tocaría regresar a casa. Eleana dijo que sí con la cabeza y caminó hacia su papá que no podía sonreir ni decir nada; se abrazaron. Eleana tomó sus cosas y regresó para abrazar a su mamá. Para Eleana todos esos abrazos duraron horas, pero en pocos minutos su familia ya estaba arriba del auto. Se detuvo para verlos partir y decirles adiós con la mano, pero entonces sintió que se quedaba sin aire, asi que volvío el rostro y camnió hacia el dormitorio. Volvió nuevamente la mirada y vio la camioneta salir del estacionamiento. Eleana se sintió sola y le lastimó el corazón. No se permitió llorar y caminó hacia su habitación vacía. ¿Dios quería que Eleana estuviera allí? ¿Acaso tenía Él algo especial para ella en ese lugar? Entró al cuarto. Lo óbservó y se deprimió. Abrió las maletas y pensó dónde colocaría todo, pero no pudo desempacar. Subió a su cama y entonces se permitió llorar hasta desahogar su miedo, soledad, angustia... o hasta que llegaran sus compañeras de cuarto.

3 de enero de 2011

La distancia es

La distancia es un largo recorrido de recuerdos que se han quedado escondidos como el más precioso tesoro del corazón, que un día fue encontrado allá, en un país diferente y, hasta un día, extraño. Pero extraños son los hechos que sucedieron para hacer entender a la razón que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

Una extraña atracción existía entre él y ella, tan irracional que ella lo único que logró hacer fue alejarse, porque creyó que así evitaría el dolor, pero lo único que logró fue aumentar esa fuerza entre ellos dos cuando sus ojos se cruzaban o su cuerpo rozaba, incluso cuando todos los rodeaban.