27 de septiembre de 2011

El día que te fuiste, y tu ni te enteraste

Era una mañana normal, al menos para todos, porque para mí, todo era totalmente diferente. Me levanté en cámara lenta y me metí a la regadera. El tiempo corrió largo y lento. Me sentí como en un mundo paralelo donde te habían borrado de mi vida. Todos actuaban como si nunca hubieras existido, y yo era la única que me desmoronaba porque sabía que te habías borrado para siempre. Así que me quedé en la regadera, mientras mis lágrimas se confundían con el agua de la ducha, y el agua caliente me abrazaba.

Cerré los ojos esperando despertar de aquella pesadilla. Me levanté del piso de azulejo y me di cuenta que no sabía si tu habías sido un sueño con el que me había enamorado. Quedé mirando fijamente a la nada. Mis ojos hinchados no me dejaban ver con claridad. El dolor de cabeza la había hecho gigantesca y me dolía moverla siquiera para mirar a otro lado. Por un instante desee salir corriendo y abrazarte. Por un instante, después, desee gritarte y golpearte hasta dejarte muerto. Por un instante descubrí que estaba loca.

21 de septiembre de 2011

Desde la silla de ruedas

Ya sabes, se comienza a sentir cómo los músculos se calientan, y mientras corres, cada vez más rápido, la adrenalina hace lo suyo y todo tu cuerpo, cerebro y alma se concentran en mantener el ritmo, el control sobre ti mismo, y no importa cuántos corredores te acompañen o por dónde vas pasando, lo único que está en mente es mantener el control total y en la meta. Pues esta mañana, mientras estaba en esto, al correr la curva clave, (si no se mantiene el ritmo hay riesgo de perder velocidad y fuerza), me topé a lo lejos con la mirada de un hombre de mucha más edad que la mía. A lo lejos pude captar su deseo de poder mover sus piernas. Miraba desde un lado de la pista los corredores y ciclistas, mientras permanecía sentado en su silla de ruedas, vestido para hacer ejercicio.
Al acercarme más a él me sentí muy incómoda y quizá con algo de pena. Me sentí miserable por tener piernas y poder experimentar el movimiento de la cabeza a los pies. Entonces, al pasar frente a aquel hombre, fijé la mirada en un punto lejano sobre el pavimento, ignorando el momento. Pero segundos después, al dejar aquella curva atrás, me di cuenta que mi acción cobarde había sido de lo peor. Entendí que lo que debí hacer, no fue sentir pena e ignorar al hombre. Debí mirarlo y sonreírle. Algunos corredores, como es costumbre de los más expertos, te gritan palabras de ánimo; ya me ha tocado recibir algunas. Pero yo, que soy más retraída, pude haberle regalado una sonrisa amiga.
Espero que haya una segunda oportunidad para mí. Pero más deseo que ese hombre haya ignorado mi persona, mi actitud, y ese momento que para mí cambió todo.

14 de septiembre de 2011

Asesinato en la colonia Leyes de Reforma

Me desperté de golpe. Esta mañana escuché un estruendo que hizo que mi corazón latiera más rápido de lo normal, y no supe si fue esto o la alarma de mi despertador, pero a las 7 de la mañana tuve un pálpito de horror y miedo que llenó toda mi sangre en segundos. Me quedé en la cama un rato, esperando descifrar si realmente había escuchado el estruendo o este había sido parte de mi sueños. Transcurrieron unos segundos, que me parecieron largos minutos, por lo encamorrada, pero no escuché nada.
Me di un par de vueltas en la cama para terminar de despertar y tranquilizar el miedo que me tenía turbada, y entonces me levanté. Caminé hacia el baño, cerré la puerta detrás de mí. Una vez sentada en la tasa, escuché un grito desgarrador que provenía de la calle, y así como inició, desapareció. Sequé mis manos y entonces un murmullo como de un millón de personas se escuchó cada vez más fuerte. Entré en pánico.

En ese momento sonó mi celular: una llamada entrante. Mi madre, al otro lado, me ordenó que subiera a la casa inmediatamente. Me paralicé. —¡Sube inmediatamente, ya!—. Torpemente movi un pie tras otro y salí en pijama a la casa de mis padres.

Lo que siguió fue el suceso más inesperado y aterrador de la colonia: en la calle que pasa a lado de mi casa, en medio, sobre el pavimento, estaba el cuerpo ensangrentado de un chico que parecía no rebasar los 18 años. La gente ya había rodeado el cuerpo y la madre del muchacho lloraba y gritaba y se desbarataba sobre su hijo. La escena fue horrorosa y no pude olvidar esa sensación de aquel momento.

En ese momento, se escuchó una patrulla acercarse. Antes que llegara la ambulancia, un par de helicópteros se acercaron. En ese momento todos los que presenciamos el momento supimos que algo había cambiado en nuestra colonia.

(*Ayer, cuatro horas antes de dormir, tomé una taza de café. Mala idea. No pude dormir. Justamente, esta historia surgió de una de las tantas pesadillas que desfilaron por mi mente anoche.)