9 de octubre de 2011

En la noche, el sol brilló agonizante. Algunos salieron al jardín de sus casas a ver qué estaba pasando con el sol, porque, aunque no se escuchó ningún estallido, se pudo ver desde la tierra cómo este explotaba en grandes llamaradas y se caí a pedazos flameantes. Los que mirábamos estábamos atónitos y no supimos si era el fin del mundo o un sueño basado en una película.

27 de septiembre de 2011

El día que te fuiste, y tu ni te enteraste

Era una mañana normal, al menos para todos, porque para mí, todo era totalmente diferente. Me levanté en cámara lenta y me metí a la regadera. El tiempo corrió largo y lento. Me sentí como en un mundo paralelo donde te habían borrado de mi vida. Todos actuaban como si nunca hubieras existido, y yo era la única que me desmoronaba porque sabía que te habías borrado para siempre. Así que me quedé en la regadera, mientras mis lágrimas se confundían con el agua de la ducha, y el agua caliente me abrazaba.

Cerré los ojos esperando despertar de aquella pesadilla. Me levanté del piso de azulejo y me di cuenta que no sabía si tu habías sido un sueño con el que me había enamorado. Quedé mirando fijamente a la nada. Mis ojos hinchados no me dejaban ver con claridad. El dolor de cabeza la había hecho gigantesca y me dolía moverla siquiera para mirar a otro lado. Por un instante desee salir corriendo y abrazarte. Por un instante, después, desee gritarte y golpearte hasta dejarte muerto. Por un instante descubrí que estaba loca.

21 de septiembre de 2011

Desde la silla de ruedas

Ya sabes, se comienza a sentir cómo los músculos se calientan, y mientras corres, cada vez más rápido, la adrenalina hace lo suyo y todo tu cuerpo, cerebro y alma se concentran en mantener el ritmo, el control sobre ti mismo, y no importa cuántos corredores te acompañen o por dónde vas pasando, lo único que está en mente es mantener el control total y en la meta. Pues esta mañana, mientras estaba en esto, al correr la curva clave, (si no se mantiene el ritmo hay riesgo de perder velocidad y fuerza), me topé a lo lejos con la mirada de un hombre de mucha más edad que la mía. A lo lejos pude captar su deseo de poder mover sus piernas. Miraba desde un lado de la pista los corredores y ciclistas, mientras permanecía sentado en su silla de ruedas, vestido para hacer ejercicio.
Al acercarme más a él me sentí muy incómoda y quizá con algo de pena. Me sentí miserable por tener piernas y poder experimentar el movimiento de la cabeza a los pies. Entonces, al pasar frente a aquel hombre, fijé la mirada en un punto lejano sobre el pavimento, ignorando el momento. Pero segundos después, al dejar aquella curva atrás, me di cuenta que mi acción cobarde había sido de lo peor. Entendí que lo que debí hacer, no fue sentir pena e ignorar al hombre. Debí mirarlo y sonreírle. Algunos corredores, como es costumbre de los más expertos, te gritan palabras de ánimo; ya me ha tocado recibir algunas. Pero yo, que soy más retraída, pude haberle regalado una sonrisa amiga.
Espero que haya una segunda oportunidad para mí. Pero más deseo que ese hombre haya ignorado mi persona, mi actitud, y ese momento que para mí cambió todo.

14 de septiembre de 2011

Asesinato en la colonia Leyes de Reforma

Me desperté de golpe. Esta mañana escuché un estruendo que hizo que mi corazón latiera más rápido de lo normal, y no supe si fue esto o la alarma de mi despertador, pero a las 7 de la mañana tuve un pálpito de horror y miedo que llenó toda mi sangre en segundos. Me quedé en la cama un rato, esperando descifrar si realmente había escuchado el estruendo o este había sido parte de mi sueños. Transcurrieron unos segundos, que me parecieron largos minutos, por lo encamorrada, pero no escuché nada.
Me di un par de vueltas en la cama para terminar de despertar y tranquilizar el miedo que me tenía turbada, y entonces me levanté. Caminé hacia el baño, cerré la puerta detrás de mí. Una vez sentada en la tasa, escuché un grito desgarrador que provenía de la calle, y así como inició, desapareció. Sequé mis manos y entonces un murmullo como de un millón de personas se escuchó cada vez más fuerte. Entré en pánico.

En ese momento sonó mi celular: una llamada entrante. Mi madre, al otro lado, me ordenó que subiera a la casa inmediatamente. Me paralicé. —¡Sube inmediatamente, ya!—. Torpemente movi un pie tras otro y salí en pijama a la casa de mis padres.

Lo que siguió fue el suceso más inesperado y aterrador de la colonia: en la calle que pasa a lado de mi casa, en medio, sobre el pavimento, estaba el cuerpo ensangrentado de un chico que parecía no rebasar los 18 años. La gente ya había rodeado el cuerpo y la madre del muchacho lloraba y gritaba y se desbarataba sobre su hijo. La escena fue horrorosa y no pude olvidar esa sensación de aquel momento.

En ese momento, se escuchó una patrulla acercarse. Antes que llegara la ambulancia, un par de helicópteros se acercaron. En ese momento todos los que presenciamos el momento supimos que algo había cambiado en nuestra colonia.

(*Ayer, cuatro horas antes de dormir, tomé una taza de café. Mala idea. No pude dormir. Justamente, esta historia surgió de una de las tantas pesadillas que desfilaron por mi mente anoche.)

28 de agosto de 2011

Me descubrí más humana hoy

Disculpa, este post se pondrá cursi, pero es que todos los días es necesario decir un “te amo”. Expresar nuestras emociones nos hace más humanos, más felices; nos pone en paz con el entorno y con nosotros mismos. Pero el tiempo abre heridas que tardan en cicatrizar y entonces nos volvemos fríos y duros. Una cáscara de naranja crece en nosotros y nos protege tanto que nos volvemos inhumanos. Por eso me doy la libertad de escribir: “Te amo. Como el viento que posa sobre mi cara una mañana fresca, así te amé. Como los rayos de la tarde sobre la sala. Como los días lluviosos tomando té de una tasa. Así te amaré. Te amo cuando mis pensamientos me desconectan del cuerpo y vuelo lejos y nos imagino juntos. Te amo cuando me siento a imaginar que somos dos personajes de algún guión cinematográfico que juega con la imaginación. Te amo cuando escucho que tú también me amas. Amo amarte y amo que sientas que me amas. Amo escribir que amo. Amo el sonido de mi voz al decir que te estoy amando. Amo imaginar que te volveré a amar. Amo recordar y recorrer las nostalgias. Amo saber que un día en el futuro te amaré, te seguiré amando como cuando descubrí por primera vez que yo tenía la capacidad de amarte”

18 de julio de 2011

Para variarle un poco, algo de odio

Estoy tentada a saludar al lector en estas líneas y arrojarle a la cara un bonche de palabras lindas, pero no sé si sea apropiado estropearle la vida de esa forma. ¿Qué pensará después: que podrá regresar a este blog cada que necesite escuchar palabras de ánimo y aliento? ¡Pobre de mí! Estaré condenada a contribuir para que otros tengan días felices mientras yo me quedo vacía de ellos. Mejor ahorrarme tal tragedia y dejar al lector igual que antes, con su basura interna. Así que iniciaré este post con el título de las 10 cosas que más detesto:

Las 10 cosas que más detesto

1.

2. Uno planea un fin de semana fuera de la odiosa ciudad y renta una cabañita en la montaña junto al lago, frente a las albercas de agua termal y espera uno disfrutar de ese silencio ensordecedor y convivir lo más posible con la naturaleza. Y, entonces, aparece el sentimiento de odio, cuando la gente naca se trae su grabadora para poner la música a todo lo que da mientras se ponen hasta las chanclas haciendo un desmadre toda la noche y hablando a todo pulmón sin importar lo que quieran los demás.

3. Es terrible que cuando alguien no tiene nada qué decir haga malos chistes o diga comentarios con el fin de molestar, solo por miedo a quedar en silencio. Es mil veces mejor quedarse callado que hacer comentarios innecesarios, que solamente hacen quedar mal al receptor.

4. Lo peor es encontrarte un día con que las personas cercanas están robando palabras o frases o ideas enteras de tu autoría; que las hagan propias y te dejen sin originalidad. Pero es más insultante encontrarte a ti mismo robando palabras, frases o ideas enteras, aún sabiendo que es un hábito intolerable.

5. Es terriblemente odioso llegar a la casa después del trabajo y que alguien te asalte inmediatamente a contarte, a preguntarte, a decirte, a gritarte, sin dejarte respirar y tirar en la cama los malhumores del día. Solo después, y nunca antes, uno está listo para interactuar nuevamente con otro ser humano.

6. El colmo: que cuando vas caminando por la calle o cuando estás hablando con alguien, te miren las bubis o las piernas o el trasero. Pero lo peor es que lo hagan ¡descaradamente! *!#&!/#*&!*#(Q(!*#&

7. Le cuentas que eres vegetariana y se lo repites en varias ocasiones. Lo impensable es que todavía tenga el descaro de invitarte a ir por unos tacos o a algún restaurante especializado en carne o a alguna carne asada o... Quizá, lo peor es que te diga: “¿En verdad no comes nada de carne?”, y salga con: “Nada más por esta ocasión”.

8. Debería ser un crimen, y penado con la muerte, a quienes se atreven a quitarte las ilusiones en un momento, sin miramientos ni cuidados, sino con el más grande descaro de la arrogancia.

9. Sábado de noche y nadie tiene plata, ni ganas, ni creatividad, ni hambre, ni sueño, ni carro, ni paragüas, ni tiempo, etc.

10. Nada más molesto que alguien, estando en tu presencia, hable para sí comentando todo lo que hace. Está leyendo algo y comenta o hace expresiones en voz alta, como: “Aja”, “Mmmm”, “No lo creo”, “Jajajaja”. O que esté preparándose para ir a domrir y comience: “¿Qué iba a haccer? Así, ya me acordé”.

1 de julio de 2011

Luz interior

A veces es innevitable no sentir que la vela con su fuego que ilumina el espíritu se haya apagado. Las ráfagas de viento que azotan el alma tempestivamente, la lluvia que no deja de llover y que moja todo a su paso, han logrado ahogar la luz interior. Fuego para alumbrar, guiar, calentar con tibio calor la fría oscuridad que trae el vivir.

Imagino mi interior. Imagino una banca en medio de una cueva oscura y húmeda. Imagino sobre la banca un vela que lucha por mantenerse encendida. Imagino el fuego que alumbra en la penumbra de mi interior. Imagino la oscuridad después de que esta luz finalmente se ha visto derrotada por mí misma. Imagino que deseo encenderla. Imagino que no puedo.