7 de marzo de 2011

Harta de recargar las baterias mil días, para que se gasten en unas horas.

Te prometí escribir pero no tengo ninguna fórmula nueva para entretener tu creatividad o tu letargo. Además, mi cerebro se ha secado debido a que el corazón se ha marchitado. Recuerdo haber escrito cómo sentía que el corazón se convertía en una pasita, arrugado por deshidratación. La falta de humedad llegó a tal punto que, como una gangrena, se expandió por todo el interior del cuerpo. Una enfermedad que ataca primero a los miembros principales; de esa forma llegó al cerebro, dejando imposibilitado al ser para continuar con una vida.

Comienzo a comprender cómo esa noche los pies decidieron ponerse de pie y salir de la cama para andar sin rumbo por la casa. Las manos decidieron mirar al cielo mientras una canción salía de una garganta burbujeante e incognoscible. Los ojos giraban sin parar mientras el estómago masticaba las sobras del desayuno. Los miembros habían adquirido libertad, y me estaban matando; se aniquilaban inconscientemente.

Estoy tan ocupada con mi frustación de “inacabar” los miles de proyectos que van surgiendo con el diario vivir, que me he olvidado de cómo se sentía la adrenalina de escribir; de escribirte. El motor se apagó, se calentaron las balatas y se ponchó la llanta trasera del lado izquierdo. El volante jugó sucio y los frenos fallaron a última hora. El carro acabó abollado y el conductor salió volando por el vidrio que se había desprendido minutos antes del caparazón que lo sostenía. Un par de sirenas se escucharon cada vez más cerca. Los hombrecillos alcanzaron solamente a atar cabos.

Duerme corazón, pero no te mueras aún. Congélate y sobrevive un milenio; quizá en ese futuro encuentres un espacio o un cuerpo donde puedas latir con intensidad.

No hay comentarios: