27 de marzo de 2011

La niña de porcelana y su príncipe de hielo

Sobre el mueble donde se guarda la vajilla de la casa, en el comedor, está una muñequita de porcelana, con su vestidito blanco y su mirada tierna. Está sentada, tomando una taza de té por la eternidad. Su cabello recogido lo adorna un moño color rosa pastel y sus rizos dorados le cubren su pálido rostro. Su vestidito blanco está adornado con florecitas rosas mientras un gatito se cobija con el resto del vestido que cae al piso. Sus piecillos los descansa sobre un cojín. Y mientras toma el té, ella sostiene con la otra mano un platito de leche para que el gatito de su regazo tome sin cesar.

Pero junto a ella, otra estatuilla de porcelana le hace compañía. Un muñeco de nieve con cara de asombro y un osito de peluche medio deforme. El muñeco de nieve lleva un sombrero blanco en la cabeza fría. Y en su rostro unas chapitas y unos ojos abotonados. Resalta la zanahoria que tiene por nariz, tan anaranjada que la raya que tiene por boca desaparece. Lleva puestos unos pantalones, que por más que el cinturón intenta amarrar, la nieve derretida le impide ajustarlos.

Así se le va la vida a la princesita de porcelana, pensando que en el mundo no hay otros niños tan pálidos, con cara afiladita y de encanto esperando por ella. Se ha resignado a creer que aquel hombrecillo de nieve, regordete y con cara de maricón, será su príncipe azul. Pobre muñequita de porcelana, si supiera que su príncipe azul existe, no está en la sala, la cocina o alguna habitación, pero existe.

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