21 de septiembre de 2011

Desde la silla de ruedas

Ya sabes, se comienza a sentir cómo los músculos se calientan, y mientras corres, cada vez más rápido, la adrenalina hace lo suyo y todo tu cuerpo, cerebro y alma se concentran en mantener el ritmo, el control sobre ti mismo, y no importa cuántos corredores te acompañen o por dónde vas pasando, lo único que está en mente es mantener el control total y en la meta. Pues esta mañana, mientras estaba en esto, al correr la curva clave, (si no se mantiene el ritmo hay riesgo de perder velocidad y fuerza), me topé a lo lejos con la mirada de un hombre de mucha más edad que la mía. A lo lejos pude captar su deseo de poder mover sus piernas. Miraba desde un lado de la pista los corredores y ciclistas, mientras permanecía sentado en su silla de ruedas, vestido para hacer ejercicio.
Al acercarme más a él me sentí muy incómoda y quizá con algo de pena. Me sentí miserable por tener piernas y poder experimentar el movimiento de la cabeza a los pies. Entonces, al pasar frente a aquel hombre, fijé la mirada en un punto lejano sobre el pavimento, ignorando el momento. Pero segundos después, al dejar aquella curva atrás, me di cuenta que mi acción cobarde había sido de lo peor. Entendí que lo que debí hacer, no fue sentir pena e ignorar al hombre. Debí mirarlo y sonreírle. Algunos corredores, como es costumbre de los más expertos, te gritan palabras de ánimo; ya me ha tocado recibir algunas. Pero yo, que soy más retraída, pude haberle regalado una sonrisa amiga.
Espero que haya una segunda oportunidad para mí. Pero más deseo que ese hombre haya ignorado mi persona, mi actitud, y ese momento que para mí cambió todo.

No hay comentarios: